La máquina del tiempo

La máquina del tiempo

La máquina del tiempo

En la periferia de la vibrante ciudad de San Sebastián, enclavada entre colinas cubiertas de pinos y cedros, se encontraba una escuela secundaria conocida tanto por su excelencia académica como por su encantadora arquitectura del siglo XIX. La Escuela Ricardo Palma albergaba una ingente cantidad de saber y misterio, siendo sus intrincados pasillos y amplias aulas testigos de innumerables travesuras y descubrimientos. Entre sus estudiantes, destacaban tres amigos inseparables: Andrés, Lucía y Javier.

Andrés era un joven alto y delgado, cuya piel bronceada y ojos oscuros parecían reflectar la intensidad de su pasión por la ciencia y la tecnología. Desde pequeño, había sentido una atracción inusitada por todo lo relacionado con la física cuántica y la mecánica. Lucía, en cambio, era una chica de baja estatura, pero con una presencia arrolladora. Sus ojos verdes y su melena rizada, dorada por el sol, la hacían inconfundible. A Lucía le fascinaban los misterios de la historia, y su saber enciclopédico siempre era una fuente de asombro. Javier, por último, era el responsable del trío. Su complexión atlética y su cabello castaño siempre alborotado reflejaban su deseo constante de aventura, aunque su verdadera fortaleza residía en su lógica y pensamiento crítico.

Era un viernes por la tarde, y la escuela ya estaba vacía. Sin embargo, en el laboratorio de física, los tres amigos se encontraban enfrascados en una actividad que, al principio, parecía una inocente curiosidad. Habían hallado unos planos antiguos en la biblioteca, escondidos entre las páginas de un viejo libro polvoriento que describía la teoría de los multiversos. Los planos detallaban una máquina del tiempo, y Andrés, con una chispa en los ojos, había decidido que debían construirla.

—Esto es una locura, Andrés —murmuró Lucía, observando el complicado diagrama con escepticismo—. Ni siquiera sabemos si algo así es posible.

—Deberíamos intentarlo. ¿Qué perdemos? —repuso Andrés con una sonrisa entusiasta y el ceño fruncido por la concentración—. Imagina lo que podríamos descubrir.

—Bueno, siempre y cuando no rompamos ninguna ley de la escuela —dijo Javier, ajustando sus gafas de protección y revisando el inventario de componentes—. Estoy dentro.

Dedicaron semanas a recolectar materiales y ensamblar las piezas conforme a las indicaciones del plano. Encontraron elementos necesarios en lugares insospechados: antiguos relojes de la torre de la iglesia, partes de un generador olvidado en la sala de almacenamiento de la escuela y más. El laboratorio se convirtió en un hervidero de actividad, con cables esparcidos por todas partes y el zumbido constante de la soldadura.

Una tarde, cuando el sol ya se había ocultado y la luna emergía tímidamente, conectaron la última pieza. Andrés, con dedos trémulos, presionó el botón de encendido. Un leve zumbido comenzó a emanar de la máquina, aumentando en intensidad. Las luces parpadearon, y un brillante resplandor azul envolvió el aparato.

—¡Funciona! —exclamó Andrés.

—¿Qué fecha debemos probar? —preguntó Lucía, su voz entrelazada con la emoción y un toque de miedo.

—Viajemos al pasado de nuestra escuela. Veamos lo que ocurrió aquí hace cien años —propuso Javier.

La máquina vibró y el aire parecía distorsionarse a su alrededor. La sala se volvió borrosa y de repente, todo tuvo un giro vertiginoso. Cuando abrieron los ojos, ya no estaban en el familiar laboratorio.

Se encontraron en el mismo edificio, pero este parecía recién construido. Los pasillos estaban llenos de estudiantes vestidos con trajes de comienzos del siglo XX, y las aulas resonaban con la algarabía de las charlas en un español antiguo.

—Esto es increíble —murmuró Lucía—. Hemos viajado en el tiempo.

Decidieron explorar con cautela. Sin embargo, mientras recorrían las nuevas y sorprendentes estancias, se toparon con un enigma desconcertante: unas huellas de barro que conducían al subsuelo de la escuela. Las siguieron hasta llegar a una puerta oculta. Al abrirla, descubrieron una vasta habitación repleta de libros y pergaminos antiguos.

—Esto parece una especie de biblioteca secreta —dijo Javier, levantando un manuscrito que se desintegraba con el toque—. Pero, ¿por qué estaría oculta?

De repente, escucharon un susurro detrás de ellos. Un hombre mayor, con barba canosa y una túnica desgastada, apareció en la habitación. Su mirada era amable pero intrigante.

—Bienvenidos, viajeros del tiempo. He sido el guardián de estos secretos durante generaciones, esperando el momento en que alguien digno descubriera este lugar.

—¿Cómo sabe que somos viajeros del tiempo? —inquirió Lucía, sorprendida por la presencia del hombre.

—Todo aquel que entra aquí lo hace a través de las artes temporales —respondió el guardián—. Y ustedes tienen una misión.

El guardián les explicó que la biblioteca contenía conocimientos antiguos y poderosos, y que debían ser usados con sabiduría para mantener el equilibrio del tiempo. Andrés, Lucía y Javier sintieron el peso de la responsabilidad y comprendieron que debían regresar a su tiempo con el conocimiento adquirido para proteger la historia y el futuro.

—Pero no sabemos cómo volver —expresó Andrés, con incertidumbre.

—La máquina está vinculada a la joya del tiempo, que se encuentra en este lugar. Cuando la toquen, serán devueltos a su tiempo —respondió el guardián, mostrando una gema brillante situada en el centro de la habitación.

Los tres amigos se acercaron con reverencia, y al tocar la joya, fueron envueltos de nuevo en la vibrante luz azul. El viaje de regreso fue tan vertiginoso como el de ida. Al abrir los ojos, se encontraron de nuevo en el laboratorio, asombrados pero aliviados.

Andrés, con una sonrisa, dijo:

—Tenemos una gran responsabilidad. Este conocimiento debe ser usado para el bien de todos.

Lucía y Javier asintieron, compartiendo la sensación de haber vivido algo extraordinario. Sabían que su amistad y su deseo de descubrir los misterios del mundo los había llevado a una aventura sin igual y que, aún, muchas sorpresas les aguardaban.

Reflexiones sobre el cuento "La máquina del tiempo"

Este relato sugiere que la búsqueda del conocimiento y la curiosidad pueden llevarnos a descubrimientos sorprendentes y a responsabilidades que nunca hubiéramos imaginado. A través de la aventura de Andrés, Lucía y Javier, aprendemos sobre el valor de la amistad, el trabajo en equipo y el uso ético del conocimiento. Además, resalta la emocionante posibilidad de que los misterios y las maravillas del tiempo siempre están al alcance de aquellos que se atreven a explorar más allá de lo evidente.

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Lucía Quiles López

Lucía Quiles López es una escritora y cuentacuentos apasionada, graduada en Literatura Comparada, que ha dedicado gran parte de su vida a explorar diferentes formas de narrativa y poesía, lo que ha enriquecido su estilo de escritura y narración.Como cuentacuentos, ha participado en numerosos festivales locales y talleres en bibliotecas, donde su calidez y habilidad para conectar con el público la han convertido en una figura querida y respetada.Además de su trabajo como cuentacuentos, Lucía es una colaboradora habitual en revistas literarias y blogs, y actualmente está trabajando en su primer libro de cuentos.

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