El reino sumergido
En un pequeño pueblo costero llamado Puerto Esmeralda, vivían dos jóvenes amigos de la infancia, Martín y Sofía. Martín, un joven de diecisiete años, era conocido por su espíritu aventurero y su inquebrantable curiosidad. Tenía cabellos oscuros como la noche y ojos verdes que reflejaban el mar en calma. Por otro lado, Sofía, de la misma edad que su amigo, era una chica de largos cabellos castaños y ojos azules como el cielo, con un carácter sereno y reflexivo. Juntos, siempre encontraban un motivo para explorar y descubrir nuevos misterios.
El descubrimiento inicial
Un día, mientras caminaban por la playa, observando las olas romper contra las rocas y el sol ponerse en el horizonte, Martín notó algo brillante entre la arena mojada. Se agachó y, al escarbar un poco, descubrió una pequeña caja dorada con grabados extraños. Fascinado, la abrió y encontró un viejo mapa con marcas en tinta azul y roja, así como símbolos que parecían pertenecer a una lengua desconocida.
"¿Qué crees que signifiquen estos símbolos?" preguntó Sofía, mientras inspeccionaba el mapa con atención.
"No lo sé, pero si este mapa nos lleva a algún lugar, debemos averiguarlo", respondió Martín con una chispa de emoción en su voz.
El viaje comienza
Al día siguiente, los amigos comenzaron su travesía. El mapa indicaba un camino que se adentraba en el bosque cercano, conocido por estar poco explorado y lleno de leyendas sobre criaturas místicas. Caminaban con cautela, pero también con una mezcla de temor y expectación. Los árboles altos y frondosos como guardianes se cerraban sobre ellos, creando un túnel natural que parecía llevarlos a un mundo diferente.
Martín lideraba el camino, mientras Sofía memorizaba cada detalle del mapa. Ambos sabían que cualquier error podría hacerles perderse en ese laberinto verde.
Encuentro con lo desconocido
Tras horas de caminata, llegaron a un claro donde encontraron una cueva parcialmente oculta por la vegetación. En la entrada, tallados en la roca, estaban los mismos símbolos que habían visto en el mapa. Sin dudarlo, entraron con linternas en mano.
La cueva era profunda y húmeda, con estalactitas y estalagmitas que formaban figuras inquietantes. De pronto, escucharon una voz suave y melodiosa que decía:
"Bienvenidos, jóvenes aventureros. Veo que habéis encontrado el camino."
Del fondo de la cueva emergió una figura etérea, un anciano de barba blanca y ojos brillantes, vestido con ropas que parecían hechas de la niebla misma.
"¿Quién eres tú?" preguntó Martín, sin poder ocultar su asombro.
"Soy el guardián de este reino sumergido. Mi deber es proteger el acceso y guiar a los dignos a su destino."
El dilema
El anciano les explicó que el mapa conducía a un reino perdido bajo el mar, un lugar de gran belleza y magia, pero también de desafíos. Solo aquellos con corazón puro y coraje podrían descubrir sus secretos y, a cambio, recibirían un don incalculable.
"Debéis decidir si continuar o regresar", les advirtió el anciano. "Una vez cruzado el umbral, no habrá vuelta atrás hasta completar la misión."
Martín y Sofía se miraron, y sin necesidad de palabras, ambos decidieron seguir adelante. La aventura que les aguardaba era simplemente irresistible.
El reino sumergido
El guardián les llevó a una cámara oculta en la cueva, donde, a través de un pasaje secreto, se reveló un portal acuático. Al cruzarlo, los amigos se encontraron en un paisaje submarino deslumbrante, con corales de colores vivos y criaturas marinas que parecían sacadas de un cuento de hadas.
"Esto es increíble", murmuró Sofía, mientras observaba un grupo de peces bioluminiscentes pasar junto a ellos.
Sin embargo, no todo era tranquilidad. Pronto descubrieron que el reino estaba en peligro. Un mal antiguo, sellado durante siglos, ahora amenazaba con despertar. Para salvar el reino, Martín y Sofía debían encontrar tres gemas mágicas escondidas en templos submarinos, cada una protegida por un desafío formidable.
La primera gema
El primer templo se encontraba en un bosque de algas gigantes donde la visibilidad era casi nula. Gracias a una pista del mapa, lograron encontrar la entrada oculta. Dentro, enfrentaron una serie de trampas mecánicas que se activaban al mínimo movimiento erróneo.
"Debemos pensar antes de actuar", advirtió Sofía, recordando las inscripciones del mapa que sugerían la ruta correcta.
Juntos, avanzaron con cuidado, sorteando los peligros hasta llegar a una sala donde, en un pedestal, brillaba la primera gema, una esmeralda resplandeciente.
La segunda gema
El siguiente destino era un arrecife coralino lleno de túneles laberínticos. Aquí, el reto no era físico, sino mental. Para avanzar, debían resolver acertijos escritos en las paredes de coral.
"¿Qué es lo que siempre está en calma pero nunca se queda quieto?" leyó Martín en voz alta.
"El mar", respondió Sofía con una sonrisa, y al hacerlo, una puerta secreta se abrió ante ellos.
Superaron varios acertijos hasta llegar a una cámara oculta donde yacía la segunda gema, un rubí de intenso brillo.
El enfrentamiento final
El último templo estaba en el abismo más profundo del reino. Aquí, la oscuridad era total y las criaturas de las profundidades vigilaban celosamente. Al acercarse al templo, sintieron una presencia oscura y poderosa.
"Prepárate, Martín. Este será el desafío más grande", dijo Sofía, sosteniendo su mano con firmeza.
Dentro del templo, encontraron a la criatura maligna, un ser de sombra y odio. Para vencerlo, Martín y Sofía unieron las dos gemas que ya tenían, liberando una luz que debilitó a la criatura. En la sala final, encontraron la tercera gema, un zafiro que destellaba como el cielo estrellado.
La salvación del reino
Uniendo las tres gemas, un destello de luz cubrió el reino submarino, purificando sus aguas y sellando a la criatura maligna para siempre. El anciano guardián apareció nuevamente, agradeciéndoles por su valentía y pureza de corazón.
"Os habéis ganado el derecho a un deseo. Pedidlo, y así será concedido", dijo el guardián.
Martín y Sofía pidieron que el reino sumergido permaneciera en paz y protegieron para siempre. Con una sonrisa, el guardián les concedió su deseo, devolviéndolos a su mundo con un recuerdo imborrable de su aventura.
Regresaron a Puerto Esmeralda, aunque el portal submarino desapareció, llevándose consigo cualquier rastro del reino sumergido. Los jóvenes sabían que habían vivido una extraordinaria aventura y aprendido grandes lecciones sobre la amistad, el valor y la importancia de proteger los misterios de la naturaleza.
El regreso a casa
Al recordar su travesía, Martín y Sofía sabían que siempre llevarían en sus corazones la magia de aquel reino perdido y la alegría de haber salvado un mundo secreto. No necesitaban pruebas físicas para demostrarlo; el verdadero tesoro estaba entre ellos y en los recuerdos compartidos.
Reflexiones sobre el cuento "El reino sumergido"
Este cuento busca transmitir la importancia de la amistad, el valor y la curiosidad. Martín y Sofía nos enseñan que, aunque las aventuras puedan parecer peligrosas y llenas de retos, con determinación y un corazón puro se pueden lograr increíbles hazañas. El reino sumergido es más que una aventura, es una metáfora de los tesoros ocultos en la naturaleza y en nosotros mismos, esperando ser descubiertos y protegidos.
Lucía Quiles López y sus cuentos largos