La niña que descubrió un portal hacia una dimensión de fantasía

La niña que descubrió un portal hacia una dimensión de fantasía

En un pequeño pueblo rodeado de bosques y montañas residía una niña llamada Valentina, de no más de nueve años.
Con cabellos castaños que ondeaban como las hojas en otoño y ojos del color de la tierra húmeda, Valentina era conocida
por su curiosidad insaciable y su amor por las aventuras. A su lado siempre estaba su fiel amigo, un perro travieso llamado
Toby, con pelaje blanco y manchas color caramelo dispersas como islas en un vasto mar de algodón.

Valentina había escuchado historias sobre un lugar místico, un valle donde, según los susurros de los mayores,
antiguas criaturas de otros tiempos aún vagaban. Intrigada por estas leyendas, la niña decidió aventurarse
con Toby a explorar el bosque que bordeaba su hogar, en busca de evidencias de tal sitio.

Su viaje comenzó una mañana de domingo, con la luz del sol filtrándose a través de las ramas y el chirriar de los pájaros
formando una orquesta natural. Valentina y Toby se internaron en el corazón del bosque, jugueteando entre las flores salvajes
y los árboles centenarios. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que algo inusual atrajera su atención:
un brillo entre los árboles.

"¿Ves eso, Toby?" preguntó Valentina con un hilo de emoción en su voz.

El perro ladró y movió la cola, tan emocionado como su compañera. Juntos, se dirigieron hacia el destello.
Encontraron una roca cubierta de musgo y líquenes, pero lo más sorprendente era el hueco que se abría a su lado,
emitiendo una luz azul pálida.

"Debe ser una cueva", murmuró Valentina, su corazón latiendo con fuerza ante la idea de descubrir algo nuevo.
"Tal vez sea el camino al valle de los dinosaurios."

Valentina miró a Toby, buscando en sus ojos algún signo de miedo, pero encontró solo curiosidad.
"Vamos, Toby. Vamos a explorar", dijo la niña con determinación, agarrando un palo del suelo y adentrándose dejando que la
luz los guiara.

Tras lo que pareció una eternidad, la luz aumentó y el espacio se abrió a un amplio paisaje que desafiaba la razón.
Era un valle verde y exuberante, con árboles como torres y sonidos que helaban la sangre: el valle de los dinosarios.
"Estamos... ¿en otra dimensión?" susurró Valentina, asombrada.

En ese momento, escucharon un ruido atronador. Se escondieron detrás de un árbol gigante justo a tiempo para ver
cómo un enorme Triceratops pasaba, masticando tranquilamente unas hojas.

"Increíble", suspiró Valentina, sin poder apartar los ojos de la majestuosa criatura que se alejaba sin notarlos.
"¡Los dinosaurios viven!"

Durante horas, exploraron el valle, asombrándose con cada nuevo descubrimiento. Los dinosarios eran imponentes pero pacíficos,
y parecían vivir en armonía con el entorno circundante. Sin embargo, no todo fue exploración y maravilla, ya que también se
encontraron con desafíos inesperados.

En un momento dado, un rugido escalofriante resonó en el valle. Valentina y Toby se toparon con un grupo de pequeños
Velociraptores, cuyas garras se afilaban contra las piedras.

"Tenemos que ser astutos, Toby", dijo Valentina, recordando las historias sobre estos inteligentes depredadores.
Utilizando todo su ingenio, lograron distraer a los Velociraptores con un puñado de nueces que Valentina llevaba en su mochila.

La aventura continuaba, y el sol comenzaba a descender sobre el valle. Valentina sabía que no podrían quedarse para siempre,
pero algo en su interior le decía que debían realizar una última proeza antes de partir.

En las profundidades del valle, descubrieron un estanque cristalino cuyas aguas brillaban bajo la luz de las primeras estrellas.
A su alrededor, se congregaban varios dinosaurios, bebiendo tranquilamente o simplemente disfrutando del frescor del agua.

Fue entonces cuando lo vieron: un pequeño dinosaurio, aparte del resto, parecía estar atrapado entre las rocas.
Valentina y Toby no dudaron en acercarse.

"Tranquilo, pequeño", susurró Valentina, acariciando al dinosaurio con cuidado para no asustarlo.
Toby empezó a excavar alrededor de las rocas, mientras Valentina utilizaba el palo que había llevado como palanca.
Con esfuerzo y cuidado, lograron liberar al agradecido dinosaurio.

En agradecimiento, el pequeño los condujo a una parte del estanque donde los colores parecían bailar sobre la superficie
del agua. Juguetearon y rieron, bañándose en esa mágica agua hasta que la luna iluminó completamente el cielo.

Con el corazón pesado, Valentina se dio cuenta de que era hora de regresar. Pero antes de que pudieran moverse,
el dinosaurio que habían ayudado dejó a sus pies una piedra reluciente. Era un obsequio, un recuerdo de su increíble
aventura y un vínculo entre mundos.

Valentina y Toby regresaron por el portal, prometiendo guardar el secreto de su aventura, pero también sabiendo
que siempre serían parte de ese mundo mágico. Llegaron a casa cuando los primeros rayos del alba tocaban el cielo,
exhaustos pero felices.

"Fue real, ¿verdad, Toby?" preguntó Valentina, sosteniendo la piedra que reflejaba los colores del amanecer.

Toby ladró y la miró con ojos llenos de entendimiento. Habían vivido juntos un sueño que muy pocos podrían comprender.

Aunque la vida en el pueblo continuó como siempre, en los ojos de Valentina siempre brillaba un resplandor diferente.
Los niños del lugar a menudo le preguntaban por qué, pero ella simplemente sonreía misteriosamente, sabiendo que algunas
historias, a pesar de ser compartidas, son realmente vividas por muy pocos.

Reflexiones sobre el cuento "La niña que descubrió un portal hacia una dimensión de fantasía"

La narrativa de "La niña que descubrió un portal hacia una dimensión de fantasía" se teje a través de la curiosidad y valentía
de una joven aventurera que junto a su compañero canino descubre que la magia y la amistad no conocen de límites temporales ni espaciales.
La historia invita a los niños a perseverar en sus sueños y anhelos, a enfrentarse con creatividad a los desafíos y a ser solidarios con
aquellos que encuentren en su camino, sin importar cuán diferentes puedan parecer.

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Lucía Quiles López

Lucía Quiles López es una escritora y cuentacuentos apasionada, graduada en Literatura Comparada, que ha dedicado gran parte de su vida a explorar diferentes formas de narrativa y poesía, lo que ha enriquecido su estilo de escritura y narración. Como cuentacuentos, ha participado en numerosos festivales locales y talleres en bibliotecas, donde su calidez y habilidad para conectar con el público la han convertido en una figura querida y respetada. Además de su trabajo como cuentacuentos, Lucía es una colaboradora habitual en revistas literarias y blogs, y actualmente está trabajando en su primer libro de cuentos.

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