El circo volador y la chica que soñaba con volar

El circo volador y la chica que soñaba con volar

El circo volador y la chica que soñaba con volar

Había una vez, en un pequeño pueblo costero llamado Albamar, una niña llamada Lucía. Lucía tenía ojos grandes y curiosos del color del mar en calma, y su cabello era tan negro como la noche sin luna. Desde muy pequeña, Lucía había soñado con volar. No como los pájaros, ni siquiera como los aviones. Ella quería ser libre, flotar como una hoja transportada por el viento, sin límites ni direcciones predecibles.

Lucía vivía con sus abuelos, Don Manuel y Doña Rosa, en una acogedora casita de madera frente al mar. Don Manuel era un hombre de voz ronca y manos curtidas por el sol, mientras que Doña Rosa tenía una sonrisa tan cálida que hacía olvidar cualquier tristeza. Las noches en Albamar eran mágicas, con el sonido de las olas cantando susurros de antiguas historias y las estrellas titilando complicidad con los sueños más secretos.

Un día, llegó al pueblo un circo misterioso. No era como cualquier otro circo; se llamaba "El Circo Volador". A medida que los enormes carros se instalaban en el gran prado al lado del acantilado, los lugareños no podían dejar de maravillarse ante la colorida exhibición de globos, trapecios y plataformas elevadas. Las carpas eran de colores brillantes, y al caer la noche, lucían como faros encantados en la oscuridad.

El director del circo, un hombre alto y esbelto llamado Héctor, con un sombrero de copa y un bigote rizado, se aseguraba de que cada detalle estuviera en su lugar. Héctor era conocido no solo por su maravilloso espectáculo, sino también por su habilidad para hacer que cada deseo dejara de ser un sueño. Se decía que tenía una varita mágica que cumplía el deseo más profundo de todo aquel que poseía un corazón puro.

– ¡Abuela, abuelo! –exclamó Lucía con los ojos brillando de emoción–. ¿Podremos ir a ver el show?

– Claro, tesoro –asintió Doña Rosa, acariciando el cabello de su nieta–. Será una noche que nunca olvidarás.

La noche del espectáculo, Lucía, Don Manuel y Doña Rosa se dirigieron al circo con la luna como testigo. Al llegar, enormes linternas iluminaban la entrada, y la música acompañaba a los visitantes, envolviéndolos en una atmósfera de expectativas y asombro. Dentro de la carpa principal, los asientos eran confortables, y el aroma a palomitas y algodón de azúcar llenaba el aire.

En el centro del escenario, Héctor apareció con una capa resplandeciente. Su voz era profunda y ondulante, como el río que se desliza por las montañas.

–¡Bienvenidos todos al Circo Volador! –anunció con voz clara–. Esta noche, prepárense para un viaje por el cielo y más allá, donde todo es posible y los sueños se hacen realidad.

El espectáculo comenzó con acróbatas llevando a cabo piruetas imposibles, malabaristas lanzando luces que formaban luminosas constelaciones y animales que parecían hablar con sus miradas sabias. Lucía no podía apartar la vista del trapecio. Las trapecistas, suspendidas en el aire con gracia y valentía, realizaban saltos que desafiaban la gravedad.

Después de una actuación impresionante, Héctor hizo un gesto para que el público guardara silencio.

– Esta noche, uno de vosotros tendrá la oportunidad de volar –anunció con un guiño–. ¿Quién será el valiente? ¿Quién sueña con volar?

Lucía sintió que la sangre le hervía en las venas. Sin pensarlo dos veces, levantó la mano con fuerza.

– ¡Yo! –gritó con toda la energía de su corazón.

Héctor la miró con atención, como si viera algo especial en ella, y luego asintió lentamente.

– Ven aquí, pequeña –dijo suavemente, extendiendo una mano–. Dime, ¿cuál es tu nombre?

– Lucía –respondió ella, nerviosa pero decidida.

– Lucía, ¿estás lista para volar? –preguntó Héctor con una sonrisa misteriosa.

– Sí –afirmó Lucía, con los ojos brillando de emoción.

Héctor llevó a Lucía al centro del escenario, donde una plataforma adornada con plumas y luces brillantes esperaba. Colocó una gentil mano sobre su hombro y susurró algo al oído. De repente, se produjo una explosión de colores y luces. La plataforma comenzó a elevarse, y para sorpresa de todos, Lucía empezó a flotar.

Lucía sintió el viento en su rostro mientras se elevaba por encima de la multitud. Rió con alegría, sus deseos se habían hecho realidad. Sobrevoló la carpa del circo, viendo a todos debajo de ella, pequeños y maravillados. Voló como siempre había soñado.

Una vez en el suelo, Héctor anunció que se acercaba el final del espectáculo.

– Y recuerden –dijo mientras hacía una reverencia–, los sueños no tienen límites cuando se cree de verdad.

Al terminar la función, Lucía regresó con sus abuelos. Ellos la recibieron con abrazos, orgullosos y con una emoción que no podían ocultar.

– Nunca había sido tan feliz –susurró Lucía mientras caminaban de vuelta a casa.

A partir de entonces, Lucía no volvió a soñar con volar, porque había vivido su sueño. Siempre miraba al cielo con una sonrisa, sabiendo que los sueños, por difíciles que parezcan, pueden hacerse realidad con un poco de valentía y magia.

Reflexiones sobre el cuento "El circo volador y la chica que soñaba con volar"

Esta historia nos recuerda la importancia de creer en nuestros sueños. A veces, los sueños más alocados pueden ser alcanzables si mantenemos la esperanza y aceptamos la magia que nos ofrece la vida. No hay límites para lo que podemos lograr si estamos dispuestos a soñar con valentía y vivir con pasión.

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Lucía Quiles López

Lucía Quiles López es una escritora y cuentacuentos apasionada, graduada en Literatura Comparada, que ha dedicado gran parte de su vida a explorar diferentes formas de narrativa y poesía, lo que ha enriquecido su estilo de escritura y narración.Como cuentacuentos, ha participado en numerosos festivales locales y talleres en bibliotecas, donde su calidez y habilidad para conectar con el público la han convertido en una figura querida y respetada.Además de su trabajo como cuentacuentos, Lucía es una colaboradora habitual en revistas literarias y blogs, y actualmente está trabajando en su primer libro de cuentos.

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