La bruja del bosque de los cien encantos

La bruja del bosque de los cien encantos

En la aldea de Valle Escondido, donde las mañanas son acariciadas por la suave bruma y los campos se tiñen con el rocío, los cuentos de antaño hablaban de un bosque tan antiguo como el mundo mismo. En su corazón, se decía, habitaba una bruja de nombre Aldara, tan enigmática como la noche y tan sorprendente como el amanecer.

Los aldeanos, desde el pequeño Diego hasta la anciana Doña Clara, contaban historias de cómo Aldara podía hablar con los animales y hacer que las plantas crecieran con solo murmurarles al oído. Su fama de bondad era tan grande como el miedo que inspiraban los rincones oscuros de su bosque, repleto de encantos y secretos.

Un día, el curioso Mateo, nieto de Doña Clara y mejor amigo de Diego, decidió que era hora de explorar aquellas salvajes tierras para conocer a la fantástica bruja. Su travesía lo llevó a través de ríos cantarines y colinas susurrantes, hasta que una voz suave como el viento le susurró: "¿A qué vienes, pequeño viajero?".

Allí estaba Aldara, una mujer de ojos color del bosque y manos tan blancas como la luna llena. Vestía con tejidos de hojas y ramas entrelazadas que cobraban vida propia, y una sonrisa que ofrecía calidez y misterio.

Los pintorescos habitantes del bosque

Mateo, aunque sorprendido, le contó de la fascinación que su aldea tenía por ella y su deseo de conocer los secretos del bosque. Aldara, con una risa melodiosa, concedió la petición de Mateo y comenzó a enseñarle los seres que habitaban entre los árboles: las hadas de los espejos de agua que reflejaban el futuro en sus superficies, los duendes tejedores de sueños, y los animales parlantes que guardaban historias más antiguas que el mismo tiempo.

No muy lejos, Diego se preocupaba por su amigo y, en compañía de Doña Clara, quien conocía los viejos senderos, se sumergieron en lo profundo del bosque. Pasaron una mariposa tan grande como un escudo familiar y un gato que recitaba poesía.

La noche cayó como un manto de estrellas mientras seguían su camino, y fue entonces cuando llegaron al claro donde Mateo escuchaba extasiado las lecciones de Aldara. Pero algo inesperado ocurrió, una sombra pasajera que se cernió sobre el claro, una criatura que los aldeanos nunca habrían imaginado: un unicornio de melena de plata y ojos que contienen el universo.

El dilema del unicornio mágico

"Un unicornio", susurró Diego con los ojos como lunas llenas. Era tan majestuoso que cada paso que daba, las flores brotaban en su rastro. Pero la criatura estaba triste, pues había perdido a su compañera, atrapada por un hechizo dentro de un espejo encantado.

Aldara, que conocía bien el dolor de la soledad, propuso una aventura para liberar a la compañera del unicornio. "Si nos ayudan a romper el encantamiento, les concederé tres deseos", prometió la criatura. Los corazones de Mateo y Diego latieron con la posibilidad de un milagro, y así, con la sabiduría de Doña Clara, dieron su palabra para afrontar tan noble tarea.

A la mañana siguiente, con las primeras luces del alba como testigo, el grupo se adentró a la parte más misteriosa del bosque, donde árboles de troncos retorcidos y hojas que rebosaban de historias antiguas velaban por el espejo donde estaba prisionera la compañera del unicornio.

El espejo y la batalla mística

El espejo, guardado por un dragón de ojos de carbón y escamas de esmeralda, representaba el último guardián de la prisión mágica. Aldara, con gesto sereno pero determinado, confrontó al dragón, dialogando en un lenguaje perdido en el tiempo que solo ellos comprendían.

Una danza de fuego y magia se desplegó ante los ojos de los niños y la anciana. Los deseos de libertad danzaban con las llamas del dragón, hasta que, finalmente, este cedió, y el hechizo del espejo ya no más.

La compañera del unicornio emergió de la superficie, como si de un sueño se despertara, su mirada encontró la de su amigo, y el bosque entero cantó con una alegría que nunca antes había sentido.

El regreso al Valle Escondido

Con la misión cumplida, Aldara guió a Mateo, Diego y Doña Clara de regreso al Valle Escondido. El unicornio, agradecido, ofreció las tres promesas: Diego pidió la sabiduría para cuidar el bosque, Mateo la habilidad de entender el lenguaje de todas las criaturas y Doña Clara, sabia y amorosa, pidió que Aldara fuera recordada no como una bruja, sino como una benévola guardiana de la naturaleza.

Los días subsiguientes fueron de regocijo, y el Valle Escondido floreció como nunca antes. Aldara se convirtió en un puente entre la aldea y el bosque y, aunque los aldeanos nunca más temieron al oscuro corazón del bosque, siempre respetaron sus misterios con amor y gratitud.

El descubrimiento final

Pero la historia no termina aquí, pues en una mañana soleada, mientras el pueblo todavía dormía, un brote inusual floreció en el centro del Valle Escondido. Era un árbol que nadie había visto antes, de corteza plateada y hojas que brillaban con los colores del amanecer. Entre sus ramas colgaba una fruta dorada, y cuando Mateo, llevado por la curiosidad, la probó, descubrió que tenía el don de la curación.

El árbol, un regalo de la bruja Aldara, se convirtió en el símbolo de una amistad eterna entre el pueblo y la magia. Y aunque muchos años pasaron, la memoria de aquella aventura y las lecciones de la bruja del bosque de los cien encantos, vivieron siempre en las historias y corazones de cada habitante de Valle Escondido.

Reflexiones sobre el cuento "La bruja del bosque de los cien encantos"

Este cuento nació con la intención de recordarnos la importancia de reconocer el valor de la naturaleza y la armonía que podemos encontrar en ella. La bruja Aldara encarna la sabiduría y el equilibrio necesarios para vivir en consonancia con el mundo que nos rodea. A través de la mirada infantil, exploramos la curiosidad y el valor, y aprendemos que la verdadera magia reside en la bondad y la comprensión. Quede este relato como un abrazo a la inocencia y una invitación a respetar y amar nuestro entorno.

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Lucía Quiles López

Lucía Quiles López es una escritora y cuentacuentos apasionada, graduada en Literatura Comparada, que ha dedicado gran parte de su vida a explorar diferentes formas de narrativa y poesía, lo que ha enriquecido su estilo de escritura y narración. Como cuentacuentos, ha participado en numerosos festivales locales y talleres en bibliotecas, donde su calidez y habilidad para conectar con el público la han convertido en una figura querida y respetada. Además de su trabajo como cuentacuentos, Lucía es una colaboradora habitual en revistas literarias y blogs, y actualmente está trabajando en su primer libro de cuentos.

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