El reloj de pared y sus cuentos

El reloj de pared y sus cuentos

Era una vez, en la cálida sala de estar de Ángela y Martín, dos abuelos que adoraban las historias, un viejo reloj de pared tallado en madera de cedro. Tenía ya más años de los que cualquier miembro de la familia podía recordar, y sus pendientes oscilantes marcaban el ritmo de las horas como si fueran pinceladas en un vasto lienzo de tiempo. Cada cuarto de hora, emitía un sonido melódico, un eco de historias antiguas que parecían surgir del corazón de la madera.

El rostro de Ángela reflejaba las huellas de innumerables sonrisas y su cabello plateado se recogía en un moño elegante. Martín, por otro lado, había conservado la oscuridad en la cabellera, aunque las arrugas alrededor de sus ojos delataban su predilección por la risa. Los dos compartían una curiosidad insaciable, especialmente por las leyendas que el antiguo reloj parecía albergar.

"Martín, ¿has notado cómo cambia el tono del reloj con las estaciones?", comentaba Ángela mientras tejía, sobre sus rodillas, un suéter de lana para uno de los nietos.

"Verdad que sí, Ángela. Siempre he pensado que cada campanada cuenta una historia distinta", respondía Martín con una taza de té entre sus manos, "Sería maravilloso descubrir qué narraciones ha sido testigo este viejo amigo."

Una tarde de otoño, cuando el viento peinaba las hojas secas en el jardín, el reloj comenzó su cántico. Sin embargo, esta vez, algo era diferente. Con cada campanada, una figura pareció materializarse frente a ellos. Era un dinosaurio de piel verdosa y brillante, no mucho más grande que el perro faldero de la vecina.

"¡Caramba! ¿Pero qué es esto?", exclamó Martín mientras se levantaba con cierta dificultad pero con ojos brillantes de asombro.

"No tengas miedo, Martín, Ángela. Mi nombre es Filípides y soy un mensajero del tiempo", dijo la criatura con una voz que desprendía amabilidad y sabiduría.

Los abuelos se miraron uno al otro, con una mezcla de incredulidad y fascinación. Muchas tardes habían fantaseado con sucesos extraordinarios, pero jamás habría esperado ver un dinosaurio en su propia sala.

"¿Y qué mensaje traes, Filípides?", preguntó Ángela, dando un paso adelante, sus ojos reflejando la misma curiosidad que había tenido toda su vida.

"Viene de una época muy lejana, donde criaturas magníficas se paseaban por la Tierra", comenzó Filípides, "Y es un mensaje para ustedes, los guardianes del reloj.”

Ante los ojos de Ángela y Martín, la sala de estar se desvanecía y se transformaba en un mundo jurásico, lleno de paisajes exuberantes, volcanes a lo lejos y criaturas que desafiaban la imaginación. El reloj de pared había abierto un portal hacia un pasado remoto y había envuelto a los ancianos en una burbuja de tiempo que los protegía y les permitía ser parte de esa era ancestral.

"Es un regalo de los antiguos maestros relojeros, que insertaron fragmentos de aquel tiempo en el corazón del reloj," explicó el pequeño dinosaurio, guiñando uno de sus ojos reptilianos. "Ellos querían que recordaran que cada segundo es precioso y que las historias están vivas en cada tic-tac."

Entre caminatas junto a titanes que hacían temblar la tierra y charlas con criaturas voladoras, Ángela y Martín vivieron aventuras que nunca habrían imaginado. Aprendieron las canciones de los árboles gigantescos y vieron ríos de lava tejer caminos de renovación.

"Cuéntanos más, Filípides. Esto es más fascinante que cualquier cuento que hayamos leído", pedía Martín con una sonrisa que rejuvenecía su rostro arrugado.

Y así, noche tras noche, el dinosaurio les relataba historias repletas de valor y amistad, de armonía entre las especies y de aprendizajes sobre la vida en sí misma. Historias que se tejían con las hilanderas de aquella era, llenas de misterio y revelaciones inesperadas.

Durante aquellas historias, los abuelos conocieron a un pterodáctilo valiente llamado Clarisa y a un joven triceratops llamado Esteban, quienes superaron sus diferencias para salvar sus hogares de una catástrofe natural. Con cada gesta, Ángela y Martín dejaban atrás sus años y sus achaques y se convertían en héroes jóvenes del Cretácico en compañía de sus amigos prehistóricos.

"Clarisa, Esteban, ¡vamos a cambiar el curso de ese río!", exclamaba Ángela con la agilidad de sus años mozos, mientras Martín, ahora fuerte y vigoroso, coordinaba a la manada para la construcción de un dique natural.

Los días se sucedían y el reloj continuaba su lúdico recorrido, mientras Ángela y Martín, a través de las vicisitudes del destino jurásico, averiguaban que la colaboración y el amor todo lo pueden. Su amistad con Clarisa y Esteban se robustecía y juntos aprendían de las alegrías y los desafíos de la vida.

Una tarde, cuando el sol comenzaba a pintar de colores cálidos el crepúsculo del Cretácico, Filípides los reunió y les dijo: "El tiempo ha tejido su tapiz y pronto deben regresar. Pero antes, debo mostrarles el secreto de esta historia."

Frente a ellos, una cueva resplandeciente les reveló un mural esculpido en la piedra viva, narrando las aventuras que habían vivido y el lazo eterno que habían formado con esas inusuales amistades. "Lo que han experimentado aquí nunca desaparecerá. Quedará para siempre en la magia del reloj y en el susurro de cada hora," susurraba Filípides con una sonrisa nostálgica.

Con una campanada más profunda, los abuelos se encontraron de nuevo en su sala de estar, el ocaso entrando por las ventanas y el reloj de pared marcando el retorno al hogar. Martín y Ángela se sonrieron mutuamente, sus ojos destellando un conocimiento nuevo, una juventud eterna en sus corazones.

"El reloj nos ha dado el regalo más precioso, Ángela. Nos ha recordado que el tiempo es un lienzo, y nosotros somos los artistas," decía Martín aún maravillado.

"Y cada segundo, una historia que perdura," respondía Ángela, secando una lágrima dichosa de su mejilla. Mientras el perfume del pasado y la promesa del futuro se abrazaban en ese instante, el reloj de pared cantó de nuevo, esta vez con la calidez de un cuento bien contado.

Reflexiones sobre el cuento "El reloj de pared y sus cuentos"

Este relato ha sido un viaje por la valoración del tiempo y la capacidad que tenemos de seguir siendo aventureros, sin importar la edad. Ángela y Martín son un ejemplo de que la curiosidad y el amor por las historias no tienen caducidad y que, a veces, la magia se manifiesta en los rincones más familiares de nuestra vida. El objetivo principal ha sido entretener, inspirar y reconfortar, mostrando que la imaginación y los lazos afectivos trascienden las eras y los relojes.

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Lucía Quiles López

Lucía Quiles López es una escritora y cuentacuentos apasionada, graduada en Literatura Comparada, que ha dedicado gran parte de su vida a explorar diferentes formas de narrativa y poesía, lo que ha enriquecido su estilo de escritura y narración. Como cuentacuentos, ha participado en numerosos festivales locales y talleres en bibliotecas, donde su calidez y habilidad para conectar con el público la han convertido en una figura querida y respetada. Además de su trabajo como cuentacuentos, Lucía es una colaboradora habitual en revistas literarias y blogs, y actualmente está trabajando en su primer libro de cuentos.

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